La respuesta a la que habría que responder en un texto como el leído, no es ¿Qué es el conflicto?, sino ¿Cuál es el conflicto y Cómo resolverlo? En el cuarto inciso de la Real Academia Española, “conflicto” se define como “Problema, cuestión, materia de discusión.”, no parece, pues, haber mayor complicación. La RAE tiene un inciso más, en el que se refiere al conflicto como “Coexistencia de tendencias contradictorias en el individuo […]”, lo que, a su vez, genera la famosa “angustia” que fue tema tan tratado por los autores del Barroco español, es decir, el individuo ante dos contradicciones que lo sumen en un estado penoso. En este sentido, es por demás obvio anticipar con lo que nos vamos a topar en un texto que enfrenta conceptos como Conflicto, Política y Medios de Comunicación.
Aristóteles fue quien dijo que el hombre es un “zoon politikon”, es decir, un ser social o político, y hacía esta diferencia del ser humano con el resto de los animales por su capacidad de comunicarse con un leguaje de signos con sentido, mismo que lo lleva a establecer un conjunto de códigos para gobernarse. De esta manera vemos el vínculo importante entre política y lenguaje; política y comunicación caminarán juntos a partir de entonces.
En sus orígenes la política era mayormente monárquica, oligárquica o de otras formas en que concentraba el poder en las minorías, pero la comunicación fue capaz de legitimar el poder público, es decir, democratizarlo (la democracia como concepto también fue definida por mentes como la de Platón y Aristóteles). Cuando el poder es de unos cuantos, la comunicación se limita a esos pocos elegidos, y allí mismo se decide qué comunicar al resto de la gente, pero cuando la burguesía empezó a cuestionar al poder, surgió la necesidad de comunicar al pueblo en un lenguaje que aquél entendiera. La transición no fue fácil y es entonces cuando surge el primer conflicto. El autor del texto menciona El Príncipe de Maquiavelo como antecedente de esta transición, pero cabe hacernos la pregunta ¿es sostenible este antecedente? Seguramente no, de 1513, El Príncipe de Maquiavelo somete al pueblo a la opinión fuerte y dominante del gobernante. No voy aponer en duda que el conflicto política-comunicación-pueblo es latente en muchas sociedades y en muchas épocas, pero el momento determinante es, como ya mencioné, cuando la burguesía, una clase ya educada con capacidad de escala social, decide cuestionar al poder político. Aparatoso conflicto que bulle en la Ilustración, donde se buscó, entre otras cosas, dar autoridad a la opinión pública.
Más adelante, en el siglo XX, el conflicto, siempre latente, comienza a hacerse por demás evidente. El siglo XX, dice el texto, es el siglo de los medios masivos de comunicación, radio y televisión particularmente. Y cabe hacerse otra pregunta: ¿fue el siglo XX también el siglo de la información? Tenemos un segundo conflicto, el que contrapone comunicar e informar y, de esta manera, surge un tercer conflicto, la opinión pública enfrentada a la opinión publicada. Mientras que la opinión pública supone la capacidad del hombre racional de guiar sus acciones hacia su propio bien y, eventualmente, hacia el bien común, la opinión publicada es el control de la información por parte de los medios de comunicación. En este sentido, el conflicto, o los conflictos, oscilan hacia muchos lados, hacia las masas, como la angustia ya mencionada de reflexionar sobre algo que le afecta directamente pero que se le está dando con otro tipo de información, y por otro lado, hacia la política, que el texto resuelve muy bien explicándolo de esta manera: “Para conocer la opinión del público es necesario entrar en contacto con las personas. Esto resulta en un conflicto […] que los hace bajar a la realidad.”
Hoy, en el siglo XXI, el internet ha sido capaz de filtrar información que antes se tenía controlada en los medios tradicionales de comunicación como televisión, radio y medios impresos, además de que ha dotado de voz al pueblo, que ahora es capaz de expresarse abiertamente en redes sociales, y vemos como efecto colateral que el cuestionamiento a la política es amplio, se cuestiona, incluso, la propia democracia. Internet ha sacado a la luz, de una manera descarada, que los poderosos controlan la información, ¿es, entonces, la opinión pública legítima, o es simplemente “opinión publicada”?
El siglo XXI supuso una inversión radical de fondo a forma en los discursos, entendiendo como discurso cualquier texto comunicativo. Somos testigos de la manipulación de la información, donde lo que se dice no es lo importante, sino cómo se dice. El político puede ser muchas cosas, o puede ser nada, pero ante todo debe mostrarse como un buen comunicador, dando importancia a la imagen; otra vez, la forma por el fondo. ¿Cómo resolver, entonces, el conflicto que se ha transformado al plural de “conflictos”? Definitivamente la comunicación puede hacerlo, equilibrando fondo y forma. Es tarea de la comunicación si se compromete éticamente consigo misma, con el mensaje y con el receptor.